Se escapa el humo de la pava, la ventana cerrada lo mantiene adentro. El vapor empieza a abombar como cada palabra perdida entre otras palabras similares y rimando.
Como quien se arrima al abismo para observar una profundidad que no experimentará, me afinco en el borde de la cama. Bajo un pie, luego el otro y simplemente avanzo.
Fue pasajero el buen humor. Y la canción mucho más breve. Como siempre recurro a mi viejo café, preparado tan mañosamente como cada palabra que se elige no escribir.
La taza recae firme e hirviendo sobre una mesa de iguales circunstancias. La cerámica mantiene lo que en mis ojos pareciera un abismo que no indagué por distraído. Pensando en la vejez, eso que rodea a la mirada.
Y mis pensamientos aparecen de a poco, y me escupen en la cara que es mucho más importante, lo que esa ventana cerrada, el pensar la vejez, la maña puesta en el café, el abismo y su profundidad, todo eso que no dejan pasar.
Como esas palabras que debo escribir, las personas una por una y la calle; de fondo Bitches Brew. Prefiero creer que así es, si no es así, quemame fuego estúpido. El frío, el calor y la ventana empañada como palabras dichas torpemente.
Un pajarito me cantó un bolero que la nombraba implícitamente, como a lo largo de varios poemas la nombro. Escucho su taconear descalzo sobre el parqué, me calmo, ya no está en huelga el pecho.
Me calzo las ojotas, me aferro a las ganas y salgo. El airecito entre suave y fétido me cachetea los pies, licenciado ya en vagos movimientos, me perdono la palabra escrita y muda, y me paro sobre el abismo.
Antes una pared que refleja un movimiento. Luego el abismo, luego la palabra, luego todo va para después, incluso la poesía. De nuevo, resuelvo el abismo de frente.
Bajo un pie, luego el otro, la caída es sólo una sensación, el golpe es mucho más perceptible, el dolor es directamente real. Examino las profundidades: tanto horror como tanta belleza. Como las palabras del poeta.